Me gusta irme a lo más hondo de la pileta. Dejo salir todo el aire y me hago bolita. Siento como las burbujas se escapan hacia la luz por el huequito entre los labios, con los dientes apretando fuerte. Me alejo de la luz del sol arriba y bajo despacito al azul oscuro. Las voces de los grandes afuera del agua ahora están muy lejos. Todo se pone más frío y más pesado cuanto más bajo. Me gusta quedarme abajo y mirar las formas divertidas que dibuja el agua que se transformó en cielo.
“Pedro. Pedro.”
Escucho mi nombre alargado a través del agua que me separa del otro mundo. Dejo escapar una burbuja chiquita más. La última que me quedaba adentro.
“Sentate, hijo. Vení a la cama. Con tu papá te queremos contar algo. Este año Agus no va a estar en tu clase del cole.” Me dijo mamá ayer mientras yo jugaba al torneo de dinosaurios.
“¿Alguna vez miraste por un espejo debajo del agua?” Me había preguntado mientras nos escondíamos entre las hortensias de mamá. “Podés ver el mundo del revés. Donde todo está dado vuelta. Los pájaros nadan, y los peces vuelan, y el rojo es azul, y el azul rojo, y así. Y si apretás bien bien fuerte la nariz contra el vidrio podés traspasar a ese mundo y volar vos también. Me lo dijo mi primo más grande.”
“Mirame, amor. Quietito. Nos llamó hace un rato su papá y nos contó que Agus y su mamá se fueron de viaje. Y que por un rato largo no iba a poder volver a jugar con vos.” Mamá miró a papá que se mordía las uñas. Él se sacó los dedos de la boca y sonrió raro. Pero sus ojos estaban serios.
Me gusta dejarme caer y tocar el fondo suave y frío, que parece de vidrio, primero con la espalda, y después con los pies, como una pelota rebotando en cámara lenta. Intento achicarme lo más posible, tratando de convertirme en un puntito que desaparece. Esa es la parte difícil, volverse un punto. Pasar de un punto a la nada es fácil.
“Esto también me lo enseñó mi primo.” Agus había puesto su frente contra la mía agarrándome de las orejas. Sus rulos se me metían en los ojos. “Si pensás bien fuerte cuando pegás las cabezas lo más juntas posibles, podes leer pensamientos.” Me dolían un poco las orejas, pero no me molestaba. Los dos hacíamos fuerza con el cuello para estar cerquita. “Dale, pensá algo.” En el momento no se me ocurría nada, tenía la mente en blanco. Cuanto más trataba de pensar, más se me vaciaba la cabeza. Al rato se rió. “Qué zarpado, Pepito. Un elefante con corpiño. Lo re vi.” Me soltó de las orejas y me chocó la mano. Seguía riéndose. “Ahora yo. Preparate para esta.” Me agarró de la cabeza de nuevo.
“Pedro, salí de la pileta. Vamos a comer.” Una sombra con forma de mamá aparece en el círculo azul de agua cielo.
“Sabemos que Agus era tu mejor amigo y que lo vas a extrañar mucho.” Me agarró la cara y me hizo mimos como si fuera un cachorrito. “Y también nos contó que antes de irse te quería decir que te quería mucho y que le encantaba jugar con vos.”
“Y que siempre te va a cuidar,” dijo papá. Mamá lo mira y él hace cara de no sé.
La sombra se agranda. El agua de arriba se oscurece. “Pedro, dale. Salí.” Ahora la escucho claramente, veo su cara que se mueve con el agua, parece enojada.
“Te juro. Esto lo probé yo. No me lo dijo mi primo. Correte.” Agus se alejó para tomar carrera. La puerta estaba cerrada. Fue hacia la otra punta del pasillo. Había dicho que si corría lo suficientemente rápido podía traspasar la puerta. Sin abrirla ni romperla. Solo tenía que cerrar los ojos en el momento justo del choque. “Te lo juro, lo hice ayer.” Se besó el dedo dos veces haciendo la señal de la cruz. Tenía los cachetes rojos, indignado de que yo no le creía. Se corrió los rulos de los ojos y arrancó a correr, pero su mamá abrió la puerta, cargando una pila de ropa planchada. Furioso le gritó: “¡Mamá! Le quiero mostrar algo a Pepito.” Se dio vuelta y volvió a tomar carrera.
Levanto el espejo de mamá que traje a la pileta. Miro mi reflejo abajo del agua. Veo mis ojos grandes como sorprendidos. Mi piel está muy blanca, parezco un fantasma. No se me ven las pecas abajo del agua. No veo pájaros nadando.
“¡Pedro!”
Ya hace rato que no tengo aire. Siento como si los labios se me doblaran hacia adentro de la boca. Hago fuerza para no abrirlos. Apoyo los pies contra el piso y pateo fuerte para lanzarme hacia la luz. Rompo la barrera del agua y vuelvo al mundo. Respiro fuerte. Mi boca hace un ruido de foca.
Nado hacia el borde, con los ojos cerrados y una mano adelante. Cuando toco el borde rasposo me agarro con la punta de los dedos, apoyo el espejo afuera, y me vuelvo a hundir. Salgo y abro los ojos. Sigo respirando hondo haciendo ruido. Dejo que entre agua en la boca y escupo como un sapito.
“¿Podemos hacer panchos hoy, ma?”
Me mira y sonríe pero su cara sigue preocupada.
“Si, Pepe, obvio. Me parece una muy buena idea. Vamos, salí del agua.”
Disfrute mucho leer este cuento. Que lindo recordar esa edad donde todo era explorar y sentir. Hermoso.